El alcalde de un pequeño pueblo quiere construir un gran complejo deportivo-cultural en unos terrenos cercanos al pueblo. Cuando todo parece seguir su cauce normal, comienzan a surgir infinidad de pequeños problemas, presiones de uno y otro bando y cuestiones políticas que ponen en peligro el proyecto. Algo que nos suena y que ya empezamos a sufrir en nuestras propias carnes, lo verde dejando paso al cemento, el hormigón y la insaciable depredación constructora que todo lo uniformiza y arrasa.
El árbol, el alcalde y la mediateca nos habla de la eterna oposición entre campo-ciudad, la cultura de campo frente a la cultura urbana. La cultura de campo viene ejemplificada en el radicalismo del maestro protagonista que se opone totalmente a la construcción de la mediateca ya que para él es la destrucción de uno de los valores más preciados que es la autenticidad. Su antagonista, el alcalde, es un hombre de ciudad que vive en el campo y se cree un terrateniente intentando llevar la política social de la ciudad al campo.
Aquí la baronesa Thyssen se ató a uno de los árboles del Paseo del Prado, provocando una reacción desigual. Nadie parece ver la relación existente entre árboles y bibliotecas (en este caso museos); o el papel y el cambio climático, entre el agua y el papel. Para conseguir una tonelada de celulosa se necesitan 120.000 litros de agua y más de 20 árboles. La flora contribuye a la lluvia, el CO2 acaba con las lloviznas, que se dan mayormente los fines de semana porque es cuando disminuye la contaminación urbana.
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L’arbre, le maire et la médiathèque (Francia, 1993).
Director: Eric
Rohmer. Intérpretes: Pascal Greggory, Arielle Dombasle, Fabrice Luchini.
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